Sutilezas

Los seres humanos somos complicados. Nunca estamos del todo bien con alguien, sin embargo, tampoco nos gusta estar solos. Y no hablo a título muy personal. Basta con mirar a mi alrededor para darme cuenta que lo que me pasa a mí, le pasa a un montón de gente como yo. Hay personas que le resulta muy fácil estar con alguien al lado y rápidamente comienzan a hablar en plural, a respirar el mismo aire y se olvidan que antes vivían sin esa persona. Otros, en cambio, estamos en un eterno conflicto con lo que queremos y lo que somos capaces de reconocer. Pero en la vida siempre hay que reconocer algo. Algo, al menos.


Pablo Neruda tituló sus memorias: “Confieso que he vivido”. Yo no llego a tanto y seguro no os sonará nada poético. Pero si tengo que empezar, reconozco que necesito sentirme querida, que me abracen sin motivo aparente y que me dejen respirar. En la cotidianeidad, confieso que me molesta preparar café o subir la garrafa de agua y nunca me acuerdo de comprar servilletas. Entrando en sutilezas, confieso que no tolero que me pregunten con quién he cenado la noche anterior, si no soy yo quien “espontáneamente” da la información, o la pregunta aun más fatal: ¿Y a qué hora te fuiste a dormir? Cuando siento que me quieren cortar las alas, vuelo lejos.Quiero pensar que en las relaciones, como en casi todo en la vida, lo que no es espontáneo no es verdadero y las cosas forzadas no sirven. Entonces por ahí surge mi asombro. Me explico: veo tantas mujeres, y odio criticar a mi género, desesperadas por inventarse una estabilidad, por definirse a través de con quién están, por darle un nombre a la relación, por exigir. Mientras, yo sigo pensando en lo mismo. Lo mejor es aquello que no se fuerza. A veces creo que no soy de Venus, ni de Marte. Seré de Júpiter.


Entiendo el estar con alguien como un diálogo, como una complicidad, como un juego y no necesito muchas más certezas.


Pero reconozco, y sigo con las confesiones, que resulta difícil esa búsqueda entre lo espontáneo y lo intenso. Porque hablando de intensidades, que es lo que me mueve, me justifica y lo que también me aleja, al menos para mí, de esa ficticia búsqueda de estabilidades. Creo más en lo que no se dice, en lo que no se promete, en la piel, en la simple entrega. Aunque a veces me equivoque, vaya.


No sé si eso es bueno o malo. Sólo sé que lo que yo al menos intento, es ahogarme en los momentos, exprimirlos. Y claro a veces terminan rodando lágrimas de las mejillas. Pero cuidado porque la intensidad no está en el dolor o en la pérdida. Está simplemente en el momento y es imposible extrapolarla.


De hecho, cuando el tiempo ha pasado y miro las cosas con distancia, ya no aparece esa intensidad, y creo que nada fue tan verdadero. Y con esa convicción y otro día de sol me sumerjo nuevamente en el juego. Hasta que un día el juego se acaba o se hace verdadero.


Mariana Jara

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