¿Por qué no dices “te quiero”?

Afuera apenas se vislumbran sombras pero dentro un resquicio de luna se ha colado en la espalda del otro y se acompasa a su respiración. Ella sabe que se ha dormido y eso que han pasado sólo un par de minutos. Otra vez se olvidó de la frase. Como ayer y el día anterior, como se le pasa decirla cuando agita el nescafé entre legañas antes de lanzarse escaleras abajo para no perder el tren de las 8.40. A veces ella se la implora y él se la regala con un beso, pero cada vez menos porque la mujer se ha cansado de tirar del carro. Si sigue así terminará como sus amigas que no dan si no reciben y de tanto callarse los "tequieros" se han olvidado de su uso. A fuerza de pensar en los afectos y sus ausencias ya conoce de memoria la retahíla de explicaciones sobre el porqué de las palabras: entiende que el cariño verbal es gasolina, que la seguridad y la autoestima se refuerza con los mimos y que el amor debe narrarse a cada paso. Puede disertar sobre las diferencias entre "te quiero", "te amo" y "te extraño" y escudriñar en el tono de lo dicho matices infinitos. Vamos, que es una experta en el amor oral aunque a su pareja le cueste practicarlo. O lo considere poco y eso que cuando ella halaga sus habilidades con la mecánica él se infla como un pavo, lo que indica que también es receptivo a los cumplidos.

Ahora la espalda del hombre se agita en un ronquido y ella cierra los ojos según se anuda a su cintura. "¿Que me quieres? Pues claro sí, pero… ¿tanto te cuesta decirlo?"

Teresa Viejo

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